viernes, 5 de octubre de 2007

Che Guevara. Muerto hace 40 años.



Ernesto Che Guevara fue uno de los hacedores de la revolución cubana de 1959. Después de intentar y fracasar en África un nuevo proceso revolucionario, en 1966 viajó a Bolivia con la intención manifiesta de promover la revolución social en toda América Latina. Pero ahí fue capturado por el ejército un año después de iniciar su lucha. Herido durante el combate en que fue capturado se le trasladó el 8 de octubre de 1967 al pueblo de La Higuera donde los soldados decidieron acabarlo. Mario Terán, a la sazón sargento del ejército boliviano, pasó a la historia como el hombre que ejecutó al Che de una ráfaga de arma automática el 9 de octubre. Por cierto, este mismo hombre, hoy un sexagenario que se había quedado ciego, acaba de recuperar el sentido de la vista en Bolivia gracias a una intervención quirúrgica especializada de los médicos cubanos enviados desde La Habana en solidaridad con el pueblo boliviano. El hijo de Terán ha agradecido públicamente al gobierno de Cuba, con lágrimas en los ojos, el beneficio aportado a su padre. Ironías de la vida.

A unos días de que se cumplan 40 años de estos acontecimeintos, de los que mi generación ha sido testigo presencial de primera fila, recojo para esta bitácora dos textos alusivos al fenómeno social, político y mediático en que se ha convertido el Che. Uno de ellos del periódico argentino El Clarín y el otro del diario español El País. Ambos ensayos merecen ser leídos. Disfrútenlos.

La Pasión del Che.

Jorge Aulicino, El Clarín.

La conjunción de una derrota sublime, de un craso error táctico y estratégico, y de dos imágenes que se difundieron casi simultáneamente hicieron de Ernesto Guevara un símbolo de desinterés, coraje, absoluto desapego, incluso por el objetivo, y emblema de una victoria metafísica.

La historia debe aún decir mucho sobre las razones que llevaron a Guevara y sus ideales al callejón sin salida de la Quebrada de Churo, en la selva de Ñancahuazú, en el sudeste boliviano. El modo incluso en que el Che cayó en manos del ejército boliviano, herido, andrajoso, con su arma rota, debería ser tan significativo como su cuerpo tendido sobre una angarilla colocada a su vez sobre dos piletones en el lavadero del hospital de Vallegrande.

"No se preocupe, capitán, esto se acabó", dice Gary Prado que le dijo Guevara al entregarse. Prado es hoy general y se mueve en silla de ruedas, baleado por la espalda por error cuando desalojaba, años después, un pozo petrolero tomado por comandos ultraderechistas. Ese "esto se acabó" no significó más que la confesión casi sarcástica de una impotencia que nunca fue explicada. No es la frase que Guevara pronuncia desde el terreno del mito, al que lo enviaron para siempre las dos ráfagas de fusil automático disparadas por el sargento Mario Terán, mientras estaba prisionero en una escuela del poblado de La Higuera. Las palabras que el mito pronuncia son: "Apunte bien y dispare. Va usted a matar a un hombre". Terán se encargó de repetirlas. Ellas resuenan hoy de un modo extraño. Guevara parece estar diciendo: "Va usted a matar a un valiente", pero también: "Va a matar a un hombre, no a su leyenda".

¿Cómo se construyó ese mito ante el que no valían de nada ayer, y valen bien poco hoy, las protestas de equivocación, de pertinaz error, de profunda y quizá definitiva ceguera?

Hoy, los campesinos de esa región de Bolivia han hecho un santuario no del lugar en el que fue fusilado -la escuelita de La Higuera- sino del lavadero de Vallegrande, en el que fue exhibido su cadáver. El campesinado que entonces no se unió a él ni lo apoyó, en parte lo tiene como un santo. Ese es el resto de religiosidad verdadera que aún inspira el Che. El resto es un aluvión de imágenes de las que no es posible establecer el contenido ni el significado. Las llevan sobre sus remeras, sobre su piel o en las lunetas de sus automóviles miles de jóvenes que no habían nacido cuando el Che murió, que no son socialistas ni lo serán y que ignoran casi todo sobre el tipo de revolución que el Che quería.

El Che partió de Cuba en 1965. Es inocultable que había perdido allí varias batallas políticas y que no era demasiado apto para librarlas. En 1967, el año de su muerte, el editor marxista italiano Giangiacomo Feltrinelli, quien en 1972 murió víctima de una explosión mientras se supone intentaba sabotear una torre de alta tensión cerca de Milán, obtuvo regalada una foto de Alberto Korda, de 1960. El fotógrafo cubano la había tomado en un acto callejero cuando el Che se acercó a la baranda del palco para echar una mirada a la multitud. La descartó. Feltrinelli vio las posibilidades de esa imagen de una especie de ángel severo y visionario. En pocas semanas alumbraba el primer póster del Che. La imagen invadió pancartas y carteles. Meses después, el Che moría.

Casi simultáneamente otra foto se sobrepuso: la que obtuvo el fotógrafo de UPI Freddy Alborta en la lavandería del hospital de Vallegrande, que lo haya querido o no recuerda a Cristo. Las fotos del Che que sacó Freddy Alborta; la pintura de Andrea Mantegna, La lamentación sobre Cristo Muerto, de 1490, y la pintura de Rembrandt, La lección de Anatomía del doctor Nicolás Tulp, de 1632, han dotado aquella muerte de una iconografía de martirio. Un cierto modo de vincular estas imágenes producidas por la pintura y la historia dieron pávulo a discusiones que se suceden desde que el escritor inglés John Berger relacionó el cuadro de Rembrandt con las fotografías de Vallegrande.

En realidad, los hechos, las casualidades, la pintura, la religión católica, parecen haberse complotado para que la imagen de Guevara saliera de la historia e ingresara en el terreno del mito, en el instante preciso en que murió. El ángel en 1960 y el mártir en 1967 son dos rostros para un mismo sacrificio, puesto que la foto de Korda da la vuelta al mundo impregnada ya del aire sacrificial de la foto de Alborta. Décadas después, ubicado por el realizador argentino Leandro Katz para su documental El día que me quieras (1997), el fotógrafo boliviano dijo: "Me conmovió la mirada de Guevara. Tenía la impresión de estar fotografiando a un Cristo, y en ese entorno me moví. No era simplemente un cadáver, era algo extraordinario". Si Alborta sintió realmente que se movía en un "entorno" místico, entonces estaba instintivamente unido a la corriente pictográfica que desde el Renacimiento ha puesto un poder sobrenatural en las imágenes del Cristo y del cuerpo de Cristo.

Ni el comando militar boliviano ni Terán que no hirió la cara del Che ni el agente de la CIA Félix Rodríguez que le ordenó evitar la desfiguración del rostro pudieron prever cómo la cámara del fotógrafo cavaría en la oscuridad hasta encontrar un cuerpo humano abatido y una mirada sobrehumana, al punto de que se comparara la escena con la de un Cristo bajado de la cruz y con una obra de Rembrandt en la que luces y sombras unen la carne detestable y perecedera, el olor de morgue y hospital, con un hálito cósmico. Hay mucha poesía en eso, pero una poesía de la que se hicieron cargo y dieron por buena sucesivas generaciones. La lente fotográfica, el arte mecánico del siglo, produjo el efecto de todo gran arte, desde el principio hasta el final del mito del Che.

El resto parece literatura. Y lo que siguió, una reproducción al infinito de una silueta que no tiene ya contenido propagandístico, puesto que no queda qué propagandizar, ni político, sino meramente ideológico en términos de mistificación.

Que el Che se haya estrellado contra la pared de hierro de la realidad lo hizo inmortal. En su momento, no sólo no detuvo el guerrillerismo juvenil, sino que lo alentó. Hoy no sirve de nada decir que su incursión en Bolivia fue un fracaso, militar y político, un error de trágicas dimensiones para él y para el movimiento revolucionario. La cuestión por la que el Che moría no era importante. El estadounidense Peter Bourne en su biografía Fidel ha señalado la causa por la que, en tanto fracaso político, la muerte del Che es éticamente estimulante: "El Che, un revolucionario purista, romántico, creía que estar moralmente en lo correcto era, en última instancia, más importante que lograr la victoria".

Hay ideas que la imagen del Che ya no conlleva. Ideas que por otra parte serían muy difíciles de entender para los jóvenes que portan esas imágenes. Son de un período de la historia cuyo discurso resulta incomprensible. En La vida en rojo (1997) el ensayista mexicano Jorge Castañeda anota: "Las ideas del Che, su vida, su obra, incluso su ejemplo, pertenecen a otra etapa de la historia moderna, y como tales, difícilmente recobrarán algún día su actualidad. Las principales tesis teóricas y políticas vinculadas al Che -la lucha armada, el foco guerrillero, la creación del hombre nuevo y la primacía de los estímulos morales, el internacionalismo combatiente y solidario- carecen virtualmente de vigencia. La revolución cubana -su mayor triunfo, su verdadero éxito- agoniza o sólo sobrevive gracias al rechazo de buena parte de la herencia ideológica de Guevara. Pero la nostalgia persiste".

El "clima de época" está en toda esta historia que al correr de los años pareció desmesurada e imposible. Tenía el sello de la revolución cubana, que también en principio pareció imposible y que fue juzgada en todo el mundo de la izquierda como un suceso excepcional en el que habían concurrido una incorrecta información de los Estados Unidos, la congénita debilidad del ejército cubano, la bandera nacionalista de fuerte arraigo en la isla y un coraje fuera de lo común. Un golpe de dados.

Che Vs. Feti-Che

Iván de la Nuez, El País.

El ensayista cubano reflexiona sobre la conversión de Ernesto Che Guevara en icono pop. La conmemoración, el próximo 8 de octubre, del 40º aniversario de la muerte del guerrillero argentino permite comprobar cómo la figura de un enemigo del capitalismo que se declaraba ateo y que en algún momento se autodefinió como "máquina de matar" ha terminado convirtiéndose en bandera del pacifismo y en objeto de consumo teñido de mística. (N. de El País)

En principio, por él no quedó...

"Ésta es la historia de un fracaso", indica al comienzo de su diario en el Congo, pero unas páginas antes su hija lo contradice y afirma, en la introducción, que es la narración de una victoria. En un momento de su vida se califica como "una fría y selectiva máquina de matar", mas no hay campaña pacifista en el mundo sin su rostro flameando en alguna bandera. Se opuso con fiereza a los valores del capitalismo, y sin embargo en e-bay se venden centenares de fetiches con su imagen. Descreía del típico héroe americano -su modelo era Garibaldi y llegó a postularse como un "pequeño condottiero del siglo XX"-, aunque Hollywood lo ha representado con Omar Sharif, Antonio Banderas, Gael García y, próximamente, Benicio del Toro. En El socialismo y el hombre en Cuba apostó por un arte al servicio del pueblo, si bien eso no ha sido problema para que artistas del mainstream como Annie Leibovitz, Vik Muniz o Pedro Meyer lo pasen por el turmix de sus exitosas carreras. Firmó los billetes con desprecio y llegó a predecir el fin del dinero, en cambio hoy aparece -no su firma sino su cara, esa marca no del todo registrada- en dinero que manosea cualquiera. Fue ateo hasta la médula y alertó de que era el Anticristo, pero una exposición titulada precisamente Passion, en Italia, incluye su foto muerto y David Kunzle le ha llamado "Chesucristo" en un estudio sobre las representaciones místicas de su figura. Su prototipo de ser humano buscaba un hombre nuevo sin vicios, aunque allí está, volando, en un coffee shop de Amsterdam, bien fumado y con los ojos perdidos...

En el trabajo más abarcador sobre este asunto, la crítica inglesa Trisha Ziff ha concebido un proyecto bajo el título original de Che: Market and Revolution, en el que se recogen unas trescientas piezas, firmadas y anónimas, que reafirman o pervierten la foto original tomada por el fotógrafo cubano Alberto Korda el 5 de marzo de 1960 en La Habana. Una foto a la que, por cierto, algún mérito habrá que reconocerle en la creación de la estampa más famosa del siglo pasado.

Esa misma foto que aparece en la camiseta de Carlos Santana, en plena ceremonia de los Oscar, y que repugnó de tal manera al jazzista cubano Paquito D'Rivera que éste le envió una carta pública donde le recordaba a un Che ejecutor, al mando de los fusilamientos en la prisión de La Cabaña en La Habana.

He dicho, al principio, que por él no quedó, pero Rodrigo Fresán (y ya son muchos peros) me ha apuntado lo contrario. "A mí no me engaña: ese hombre -como el top-model Derek Zoolander preparando calculada y pacientemente su Blue Steel que sacudirá el mundo de la moda- tiene que haber practicado mucho ese rostro y esos rasgos frente al espejo". Aunque de ser esto cierto, todo sería aún más monstruoso y más desarmados quedarían todavía los enemigos políticos del Che, incapaces de conseguir, a conciencia y con todo a favor, un emblema medianamente parecido.

El caso es que ahí lo tenemos: Chihuahua, Homer Simpson, Padre de Familia, Charles Manson, con los labios pintados, en cualquier cosa que sea objeto de compraventa. Tatuado en Maradona y en Mark Tyson. En un medallón de Johnny Depp en la portada de Life y cobijado en la diminuta delantera de un tanga de Giselle Bundchen (desde ahora Bund-Che-n), que me ha lanzado sin escala al lema formador de mi infancia: "¡Seremos como el Che!".

Esa consigna ha sido repetida hasta el infinito por la mayoría de cubanos que hoy existen. Esa generación es también la más amplia del exilio, al que han dinamitado demográfica, racial y culturalmente como la primera gran explosión del destierro global, posterior a la debacle del comunismo. Pues bien, en cualquiera de esas ciudades a las que hemos ido a recalar pueden encontrarse más "Ches" que en La Habana o Santiago de Cuba. Y la mayoría de ellos no nos conminan al sacrifico o la inmolación, sino a participar de la sociedad de consumo en toda su magnitud. Es más, para poder apreciar esa imagen en toda su polisemia, es obligatorio salirse de los predios cubanos donde el rostro de marras tiene más bien una envergadura unidimensional.

Era en Berlín occidental, y no en el Berlín comunista, donde se vendían más objetos del Che. Y tuvo que ser un shock para los alemanes de la antigua RDA descubrir que, entre los elegantes comercios de Charlottenburg, al otro lado de aquel muro que ellos mismos derribaron, hay una tienda dedicada exclusivamente a este hombre que debe haberles provocado más de una pesadilla en su pasado comunista.

Para la izquierda radical, el fetiche del Che significa una victoria cultural después de una derrota política. Para la derecha radical, el fetiche del Che significa una derrota cultural después de una victoria política.

Por eso, cuando algunos conservadores arremeten contra el fetiche por la historia revolucionaria y violenta del personaje, lo primero que demuestran es un alarmante desconocimiento de cómo funciona este capitalismo que tanto defienden a capa y espada. Este sistema que necesita matar al Che personaje -y así lo ha hecho- tanto como distribuir la mercancía que les representa (cosa que también ha hecho sin el menor rubor).

Para ellos, en el fondo, la única salida coherente hubiera sido abanderar una campaña por la prohibición absoluta de esta imagen a escala mundial. Pero eso es, exactamente, lo que no les conviene hacer. Una maquinaria tan cínica que fue capaz de convertir al Che en fetiche, ¿será ahora tan torpe que convertirá al fetiche en Che? ¿Le dejará al personaje exclusivamente su valor subversivo para que afloren su legado y sus maneras en la inestable vida que hoy vivimos? ¿Despojará a esta figura de su neutralidad pop para exponer a los cuatro vientos el ejemplo de un enemigo carismático y letal que se pasó la mitad de su existencia jugándose la vida y al que Max Aub calificó, hace cuarenta años, como "el único caudillo de nuestra época muerto en el campo de batalla"? Me temo que no, entre otras cosas porque la derecha lleva también su buena carga de muerte en la mochila y tendría que enfrentarse a la supresión de sus propios iconos, pues hay muy pocos hoy en la política y en el mercado que no tengan alguna ignominia en la trastienda.

Al final, que tampoco quede por ellos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

VIVA ERNESTO CHE GUEVARA. HASTA LA VICTORIA SIEMPRE!!

Lobo dijo...


Leído los dos largos comentarios solo señalar en breves líneas: la acción de Ernesto Guevara en Bolivia está ligado al actual proceso de transformación estructural del sistema de desarrollo social y del crecimiento económico en Bolivia, reconocidos por organismos internacionales,sin los eternos golpes de Estado.