viernes, 4 de noviembre de 2016

Henequenal. Yucatán.




Zona henequenara de Yucatán, México. Cerca de Izamal. Pencas cortadas y atadas, dejadas a la vera del camino listas para ser trasladadas a la desfibradora. En segundo plano, albarrada típica de la región. Al fondo, henequenal con plantas de aproximadamente 10 años de edad. Agroindustria henequenera yucateca.


Fotografia tomada de una publicación del Gobierno Federal mexicano no sujeta a derechos de autor, acreditable a Pedro Tzontémoc y a Christa Cowrie.



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sábado, 17 de septiembre de 2016

lunes, 5 de septiembre de 2016

La estupidez y la traición

 

La estupidez y la traición

Por: Jesús Silva Herzog Márquez.
(publicado en el periódico Reforma el 5 de septiembre de 2016) 


La historia del poder en México está plagada de abusos y excesos, de trampas y de crímenes, de costosísimas obsesiones y de apuestas absurdas. Podemos hacer un abultado catálogo de frivolidades y de cegueras, de arbitrariedades y fatídicas negligencias. No es difícil encontrar ejemplos del atropello, del engaño, de la ineptitud, de la perversidad, incluso. Pero no creo que pueda encontrarse, en la larga historia de la política mexicana, una decisión más estúpida que la invitación que el presidente Peña Nieto hizo a Donald Trump la semana pasada. A cada cosa, su nombre. Esto fue, y no merece otro calificativo, una estupidez gigantesca. La palabra no es insulto, es identificación de los efectos de un acto. En un ensayo memorable, Carlo M. Cipolla capturó la esencia de esa torpeza. El estúpido no es un tonto, no es un ignorante, decía. Lo que caracteriza a un estúpido es su capacidad para causar daño a otros, provocándoselo simultáneamente a sí mismo. Ser estúpido es dañar a otros sin ganar con ello ningún beneficio. Por eso aseguraba el economista italiano que era mucho más nocivo un estúpido que un malvado. El malvado, a fin de cuentas, saca algún beneficio. El estúpido, en cambio, solo multiplica el daño a su paso.

En la decisión no hay asomo de estrategia. Es imposible imaginar en la invitación al candidato republicano una razonable previsión de beneficio. ¿Alguien se atrevería a decir todavía que la ocurrencia fue un gesto diplomático audaz? En todo el mundo se preguntan: ¿en qué diablos estaba pensando el presidente mexicano al prestarle al peor enemigo de su país la casa presidencial para beneficio de su campaña? Nadie ha encontrado respuesta. Lo que es fácil registrar es la cantidad de efectos perniciosos que ha provocado la visita del demagogo. El Presidente agredió al país. Excusó el racismo de Trump sugiriendo en la conferencia de prensa que su discurso había sido, en realidad, un malentendido y que confiaba en que querría una buena relación con México. Nos hemos sentido ofendidos, dijo, como si el problema fuera nuestra sensibilidad y no la agresión constante de quien tenía en frente. El Presidente ofendió particularmente a los mexicanos que viven en los Estados Unidos y que no solamente escuchan la violencia verbal de Trump, sino que encaran el odio que su campaña ha levantado en su contra. Desalentó a las organizaciones de defensa de los migrantes que vieron, desconsolados, al pendenciero bienvenido por el presidente de México. Al atrabiliario al que ningún líder internacional ha reconocido como digno de diálogo, le permitió aparecer como un hombre de empaque que negocia ya en el plano internacional. Dañó, irreversiblemente, la relación del presidente de México con la candidata puntera de los Estados Unidos. Exhibió a su gobierno como un bulto en caída libre.

No vale la excusa de la inocencia. La estupidez del gesto presidencial no fue una ingenuidad, fue una traición; no fue una muestra de candor sino deslealtad. No suelto esas palabras con ligereza. Entiendo la severidad del cargo y la facilidad con la que el epíteto se lanza. Hablar de la traición presidencial es cosa seria. Me parece, con todo, que el calificativo es justo porque el presidente mexicano terminó siendo un ridículo instrumento al servicio de nuestro más detestable enemigo. La mayor amenaza que México ha tenido en décadas, encontró en Enrique Peña Nieto, a un útil promotor. Si Donald Trump llega a ganar la Presidencia, los historiadores recordarán el 31 de agosto del 2016 como la fecha en que relanzó, desde Los Pinos, su campaña. Vale hablar de traición porque el Presidente ofreció los símbolos del Estado mexicano al narcisista que ha fundado su carrera política en el odio al vecino. Porque calló cuando tenía que hablar, porque se sometió a los caprichos del insolente. Porque su indignidad ante el patán deshonró al país al que representa. Debe hablarse de deslealtad porque Enrique Peña Nieto sometió a la Presidencia mexicana a la humillación.

La intensidad del rechazo que generó el bochornoso encuentro no obedece a otra razón: el país se siente traicionado por su Presidente. Esto ya no es simplemente inconformidad frente a una política, no es un desacuerdo con el gobernante; es desprecio e ira. El presidente mexicano, a dos años de su relevo: entre la burla y el odio.

miércoles, 20 de julio de 2016

Anticorrupción......???



 

Reproduzco el artículo reciente de  Gerardo Fernández Casanova, por su actualidad y oportunidad. También, por supuesto, por lo certero de su contenido.....

LA MORAL NO ES MATERIA DE LEYES

Con bombo y platillo y en ceremonia de altos vuelos se dio vigencia al Sistema Nacional Anticorrupción (SNA); toda una parafernalia legislativa que hará que todo cambie para que todo siga igual, simple gatopardismo. Reitero lo dicho: un sistema anticorrupción diseñado y aprobado por los corruptos no harán más que engrosar burocracias y tapaderas para impedir que los buenos caigan en corruptelas, pero que permitirá a los malos, continuar con sus negocios con plena libertad, salvo el caso de que fuesen estúpidos. El propio Peña Nieto lo confirma con sus ofrecimientos de disculpa, no por haber delinquido en la operación de la llamada “casa blanca”, sino por no haber calculado el efecto sobre la percepción de la sociedad; como quien dice que la operación fue legal, sin cortapisa, pero que adoleció de legitimidad a los ojos de la opinión pública. Más claro ni el lodo.
La legitimidad de algo tiene que ver con normas subjetivas propias de la moral, las que no pueden encajonarse en leyes  sino en actitudes personales y colectivas. Calderón, por ejemplo, pudo manipular para ser un presidente legal, pero nunca pudo ser legítimo, igual sucede con la elección de Peña Nieto. En ambos casos ha sido la “percepción social” –que no las leyes- la que ha determinado su ilegitimidad. Para el político corrupto, tal legitimidad le resulta tan imperiosa como la llamada a misa; se la pasa por el arco del triunfo.
El paquete tan pomposamente instaurado sólo podrá castigar al corrupto que cometa la estupidez de dejar huella comprobable, en cuyo caso no se castiga la corrupción sino la estupidez. Igualmente, el SNA sólo es aplicable a los actos que implican dineros inmediatos, pero no evitan los compromisos a futuros; por ejemplo: Zedillo otorgó la privatización de los ferrocarriles y, a lo mejor, no percibió alguna remuneración por ello; fue hasta después de dejar la presidencia que las compañías beneficiadas le expresaron su agradecimiento contante y sonante al incorporarlo a su consejo de administración.
Todo el aparato legal instaurado no puede evitar que, por ejemplo, un diputado vote una ley contraria al interés nacional, aunque reciba prebendas de parte de quienes la promueven; o que un partido o varios se confabulen para entregar la riqueza del patrimonio nacional a los particulares nacionales o extranjeros, a cambio de mantenerse en el poder, como ha sucedido con las últimas seis administraciones presidenciales.
Es corrupto e ilegítimo que el responsable de la estadística nacional aplique fórmulas diseñadas para producir una información favorable a determinada política pública, como recién sucedió con el Modulo de Condiciones Socioeconómicas del Instituto Nacional de Geografía, Estadística e Informática (INEGI) que arrojó una insostenible información de reducción de la pobreza en el país. El asunto no es punible, no obstante expresar una brutal inmoralidad.
Es una tremenda falta de ética que el secretario Nuño, negocie con la dirigencia corrupta del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) posibles adecuaciones a la reforma educativa, negándolo a quienes, desde la resistencia y la honestidad, las han demandado vigorosamente. Es una maniobra política válida únicamente para quienes usan las atribuciones de la autoridad para imponer sus intereses.
En fin, el tan celebrado SNA es sólo una estrategia engañabobos para fingir satisfacer a la exigencia social de combatir la corrupción, sin tocar lo mero principal que es la moralidad de quienes detentan el poder. Es este asunto, por cierto, el que coloca a López Obrador en el centro de la agenda política nacional, por más que se empeñen en desaparecerlo los medios de confusión. Su postulado va contra la corrupción, pero sobre todo va por la transformación radical de la forma de hacer política de manera que no tengan cabida los malandrines que la han prostituido.
Correo electrónico: gerdez777@gmail.com