viernes, 31 de octubre de 2003

La California de Terminator

Ver el peligro en la California de Terminator.

Por: Rodolfo Antonio Menéndez y Menéndez, desde París.

Es mi propósito con esta viñeta llevar a la atención de ustedes la visión de uno de los más influyentes periódicos de la vieja Europa, Le Monde, con relación al proceso electoral que recién se ha verificado en California y que tuvo como resultado llevar a la gubernatura de ese estado norteamericano, un día parte de nuestro territorio, al actor austriaco mejor conocido por el nombre de su personaje de cine más famoso: Terminator.

Voy, con esa intención, a traducir textualmente el editorial de este periódico francés aparecido en el número correspondiente al jueves 9 de octubre pasado. Inicio la cita:

“La California es reconocida por su capacidad de innovación. Toda nueva tendencia venida de Los Angeles o de San Francisco termina generalmente por atravesar el continente americano de oeste a este y después el Atlántico.

Esta que ha lanzado el martes 7 de octubre es inquietante. No porque lleve al poder en Sacramento, la capital del estado, a un actor de cine sin la menor experiencia política, cuyas preocupaciones han sido hasta ahora más cercanas a la construcción del cuerpo que a la construcción de la nación. El Sr. Schwarzenegger, un republicano del centro, supo beneficiarse de la influencia política moderadora de su esposa, Maria Shriever, y del clan Kennedy en el cual ella lo introdujo. Se rodeó de consejeros competentes. Perpetúa el sueño americano, aquél del extranjero al que este país de inmigrantes le sigue ofreciendo la posibilidad de escalar los más altos peldaños sociales.

No, es el proceso que ha llevado a la victoria de Arnie el que debe alertarnos. He aquí un estado de 35 millones de habitantes cuyo Producto Bruto es cercano al de Francia. He aquí una tierra bendita de los dioses en la cual han germinado Hollywood, Stanford y el Valle del Silicón y que continúa atrayendo a pesar de todo lo malo que se pueda escribir sobre los males californianos a millones de mexicanos y de asiáticos. He aquí un vivero de recursos económicos, intelectuales y políticos de primer orden para la primera potencia del mundo.

Y sin embargo, he aquí un estado en el que a golpes de millones de dólares se puede destituir por la vía democrática a un gobernador apenas once meses después de su elección. Cuando lanzó la campaña de revocación del gobernador pagándole a mucha gente para recoger el millón de firmas necesario, Darrell Issa, riquísimo empresario local, pensaba principalmente en sí mismo para suceder a Gray Davis. Pero el proceso se le escapó.

Después de muchas peripecias jurídicas los electores californianos se encontraron este pasado 7 de octubre frente a dos preguntas para responder en el mismo acto: ¿desea usted revocar a su gobernador? Y ¿quién, entre los 135 candidatos –sí 135- cuyos nombres siguen, desea usted que sea el sucesor? En el colmo del absurdo electoral, estas preguntas han sido planteadas en boletas de voto tan defectuosas como las tristemente célebres utilizadas en la Florida cuando la elección presidencial del 2000. Como si de ese fiasco ninguna lección hubiera sido derivada.

Laboratorio de los Estados Unidos, la California lo ha sido también en materia del proceso democrático en los últimos veinte años: más y más, a golpe de referéndum y de “iniciativas ciudadanas”, la democracia directa le ha tomado el paso a la democracia representativa. Así, igual que su predecesor, el Sr. Schwarzenneger tendrá las manos atadas sobre el destino de cerca del 70% de los recursos presupuestales del estado, en razón de limitaciones impuestas por plebiscitos anteriores sucesivos.

Esta constante resulta, es claro, de la desconfianza del electorado con relación al “establishment” político. La victoria del populista Scwarzenneger no es más que una ilustración complementaria”.

Hasta aquí la larga y afilada cita. Interesante creo como un punto de vista que nos llega desde la vieja y reflexiva Europa y cuya substancia nos toca de cerca, en la frontera misma de nuestro territorio con ese país que ya casi recuperamos (me refiero a lo que perdimos en el siglo XIX) por el camino de la demografía actuante e invasiva, al punto de que el contendiente más cercano al ganador en el proceso electoral californiano fue nadie menos que Cruz Bustamente, uno de los nuestros. Veamos en esto con modestia mexicana que todavía cuenta más en California el ser ario y rico.

Pero hay otro aspecto que nos debe llamar la atención y lo lanzo como corolario. Usemos la expresión editorial que reproduzco como un juego de espejos en el que a los mexicanos nos conviene mirar en una doble dimensión: la del desafortunado e increíble esfuerzo que todos los partidos políticos nuestros, todos sin excepción, están haciendo en nuestro país para desvirtuar día a día, como si fuera con todo propósito, la actividad política frente a la ciudadanía. Tendríamos que reconocer que cada vez más el ciudadano común pierde la confianza, el interés y el respeto por la política institucionalizada, a eso que Le Monde denomina el “establishment” político. El resultado de esto, que ya se está viendo, es que no estamos muy lejos de tener que validar todo por la vía plebiscitaria destruyendo en el camino todas las virtudes de la democracia representativa.

La otra dimensión, igualmente nefasta, es la de la preeminencia del populismo demagógico que amenaza seriamente la vida política del país. No hay valor político superior, ni interés de mayor jerarquía para la nación, según esta corriente en boga actualmente, que el capricho manipulado mediáticamente e irreflexivo por tanto de la sedicente voluntad “popular”. No es necesario que me extienda en ello para que todos sepamos a que me refiero. El caso del D.F. y el uso que del método referendatario hace el inefable Jefe de Gobierno son el ejemplo mejor de esta tendencia. Aprendamos de California.

Octubre del 2003