lunes, 9 de abril de 2018

Un río llamado Grijalva



1518 - 2018


Hace quinientos años, el 8 de junio de 1518, un mozalbete forastero de 28 años le puso Grijalva, su apellido, a uno de los grandes ríos de Mesoamérica y ... el río que los mayas chontales de la región llamaron antes Tabasco sigue llamándose así: Grijalva. Esta es la historia.


Se cumple el medio milenio de que Juan de Grijalva, conquistador español, castellano de la provincia de Segovia, nacido en Cuéllar en 1490, pusiera su apellido para nombrar al caudaloso río en el que se internó navegándolo en su bergantín aquel día, cerca del comienzo del verano de 1518. Poco antes, este joven había sido comisionado por su tío Diego Velázquez, entonces gobernador de la isla de Cuba, para encabezar la segunda expedición hacia Yucatán que los españoles recién llegados a América creían región insular,

La expedición que contó con 4 embarcaciones y 240 hombres había salido casi cinco meses antes, en enero de ese mismo año, de la población de Santiago en el extremo oriental de Cuba, para una nueva exploración de la entonces ignota (para ellos) península de Yucatán, cuya guerra de conquista estaba lejos de iniciarse.

Realizó primero un rodeo insular deteniéndose en Matanzas unas semanas seguramente para avituallarse y cruzar después el canal que conecta el mar Caribe al Golfo de México y hacer una escala en la isla de Cozumel en donde permaneció hasta el mes de mayo, tiempo suficiente para que se diera nombre al lugar: Santa Cruz de Puerta Latina y para que Juan Díaz, el capellán y relator que había designado el tío Diego para la expedición, dijera la primera misa católica en la historia de lo que ahora es México. Era el 3 de mayo de 1518.

Ya con los calores primaverales retomaron su rumbo los expedicionarios hacia el norte, creyendo navegar entre dos islas, para seguir el litoral yucateco y repetir el recorrido que un año antes, durante los primeros meses de 1517, había realizado Francisco Hernández de Córdoba, al que el mundo contemporáneo quiso atribuir el mal llamado "descubrimiento" de Yucatán. Este, Hernández de Córdoba, tuvo que regresar a Cuba después de una fiera escaramuza con los putunes o cohuoes (etnia chontal maya) de la que salió malherido en la población de Chakán Putum (hoy Champotón, Campeche, México). Moriría poco tiempo después a consecuencia de las heridas recibidas en aquella para ellos desafortunada escala de la expedición de 1517.

En esta segunda expedición al Yucatán ordenada por Velázquez (habría una tercera, la de Hernán Cortés), Juan de Grijalva, nuestro explorador cuellarano correría suerte distinta a la de su antecesor. Había prometido al tío que le confió el mando de la expedición colonizar tierras y establecer base en el territorio. Debía arriesgarse. A sabiendas, tuvo la osadía de volver a hacer un alto en su camino en la población llamada por ellos mismos ''de la mala pelea'', Chakán Putum, en la región de los aguerridos putunes, precisamente donde hirieron de muerte al capitán de la primera expedición.

Volvieron a enfrentarse mayas contra foráneos como el año precedente lo habían hecho, llevando en esta ocasión la peor parte  los de casa. Mataron al batab (jefe) maya y aunque Grijalva  también resultó  herido por flecha, perdiendo en la pelea dos de sus dientes, pudo recuperarse y continuar su correría rumbo al destino que la historia le tenía reservado. Siguieron pues, él y los suyos, navegando rumbo al sur-poniente hasta alcanzar la laguna de Términos haciendo escala en lo que es hoy isla del Carmen. "Términos" fue el nombre que acuñó para la gran aguada Antón de Alaminos, piloto de la expedición -lo fue también en la expedición de Hernández de Córdoba y lo sería en 1519 con el propio Cortés-, quien sostenía la idea de la insularidad de Yucatán y que supuso en aquel entonces, al internarse en la laguna, que ahí terminaba la isla.

Cuenta Juan Díaz, el capellán relator, en su "Itinerario de la Armada", en que narra los acontecimientos que vivieron, que en esa escala de la expedición se extravió en la isla a la que descendieron en busca de agua dulce y víveres, una lebrela (galgo hembra) que les acompañaba precisamente para cobrar piezas de cacería como venados y conejos. El animal había desembarcado con algunos de los expedicionarios perdiéndose en su incursión, teniendo que partir sus amos se fueron sin ella, abandonándola. Lo curioso del caso es que un año después, uno de los barcos de la expedición de 1519 que encabezaba Cortés, encontró a la lebrela cuando, obligados por un mal tiempo, tuvieron los tripulantes que recalar en la isla. Parece que el animal dio muestras de gran júbilo, ladrando y correteando sin cesar, al ver la embarcación parecida a la que la había abandonado, facilitando así su inusitado e improbable rescate.

Poco después del deplorable abandono de la lebrela llegaron los expedicionarios a la región de Centla. Desde el mar pudieron divisar la desembocadura impresionante del gran río. Así lo relata Díaz:

"Comenzamos a 8 días del mes de junio de 1518 y yendo la armada por la costa, unas seis millas apartada de tierra, vimos una corriente de agua muy grande que salía de un río principal, el que arrojaba agua dulce cosa de seis millas mar adentro. Y con esa corriente no pudimos entrar por el dicho río, al que pusimos por nombre el río de Grijalva. Nos iban siguiendo más de dos mil indios y nos hacían señales de guerra, este río viene de unas sierras muy altas y esta tierra parece ser la mejor que el sol alumbra; si se ha de poblar más, es preciso que se haga un pueblo muy principal: llámase esta provincia Potonchán."

Juan de Grijalva decidió internarse por el caudaloso río luchando contra corriente hasta la población de Potonchán, lográndolo. Se entrevistó ahí con el gobernador maya (el Halach Uinik) con el que intercambió regalos sin entrar en mayores conflictos con la población que miraba expectante a los visitantes. Fue en este encuentro cuando los españoles obtuvieron los primeros informes del imperio azteca situado según los informantes al occidente de aquellos parajes, en el altiplano: "¡Colua Mexica!" contestaban los lugareños cuando los expedicionarios preguntaban por el oro contenido en algunos de los presentes que se les ofrecieron.

Así pudieron los recién llegados constatar la importancia del río y el valor estratégico del sitio. Un año después, en 1519, llegó navegando al mismo lugar Hernán Cortés quien fue recibido con abierta hostilidad por los habitantes. Se enfrascaron entonces en una fragorosa batalla, la renombrada batalla de Centla, de la que salieron vencedores los españoles, hecho que permitió fundar la primera población de la Nueva España: Santa María de la Victoria. La conquista de México había empezado.

Pero regresemos a la expedición de Grijalva para concluir nuestra historia. Reconocido el gran río y habiéndolo bautizado entre ese pequeño grupo de exploradores con el nombre del jefe siguieron su ruta por el litoral hacia lo que hoy es Veracruz. La imaginación de Grijalva era modesta: al lugar en que hicieron escala le dio su nombre de pila: Juan... bueno el de su santo patrono: San Juan, San Juan de Ulúa, esto último fue una concesión graciosa a los lugareños que llamaban a esa pequeña isla Kulúa.

Un poco más se extendió la expedición de las huestes de Grijalva. Llegó hasta la desembocadura del Pánuco más al norte. En ese punto se decidiría el retorno de la expedición a Cuba. Tenía Grijalva suficientes cosas para contarle al tío... Cuando finalmente arribó a la isla se percató para su desventura que el tío lo que menos quería eran cuentos. Por los que él pudo hacer solo recibió frialdad del pariente poderoso y desde luego su enorme enojo y desprecio. ¡Ninguna nueva posesión para la corona, ningún asentamiento prometedor, nada material! Puro cuento. Grijalva fue destituido como comandante y reemplazado por don Hernán Cortés, quien tendría a su cargo una nueva expedición: la tercera, la vencida.

Juan de Grijalva, desilusionado, golpeado su fuero interno por su suerte y por la codicia de sus compatriotas, emprendería años más tarde dos nuevas exploraciones: una en el litoral del Golfo de México y la Florida acompañando a Francisco de Garay y la otra, en 1527, en la que se unió a Pedrarías Dávila para conquistar Honduras y Nicaragua y que se convirtió en su tumba, ya que en esos lares fue muerto a manos de los nativos y sus restos se perdieron en la naturaleza que vino a conocer.

No sé si para amainar su desilusión el joven Grijalva pensó algún día en que el desagrado del tío, su destitución y la amargura que le produjo la falta de reconocimiento a lo que había logrado, serían compensados por la historia que seguiría, más generosa para con su persona, su nombre y su estirpe. Prueba de esa generosidad histórica es el hecho de que quinientos años después de los acontecimientos aquí relatados seguimos hablando de esa odisea en tierras mexicanas y de que su marca personal, el nombre de su familia, a pesar de todo, a pesar del mismo proceso arbitrario y feroz usado por él y por los suyos para despojar a los lugareños de cuanto patrimonio tenían, hasta del inmaterial, su nombre, decía, el de Grijalva, sigue siendo usado para mentar al majestuso caudal que surge de las mismas cimas cuchimatanas en Guatemala, de las que los propios mayas surgieron y donde se consolidaron lingüísticamente antes de dispersarse y florecer como lo hicieron por los confines mesoamericanos, al través de muchos, muchísimos siglos antes de la llegada de los europeos. Hoy y aquí así es: el nombre es río Grijalva y no río Tabasco como debería ser.

Rodolfo Menéndez y Menéndez
Mérida, Yucatán, 2018.