martes, 26 de octubre de 2010

Los Montejo, su monumento en Mérida, Yucatán

Montejos Merida julio 2010

Hay un debate público en Yucatán (como si no tuviéramos cosas más importantes para dirimir), hasta cierto punto primitivo y torpe, respecto de la conveniencia según algunos de quitar (sí, de derrumbar) la recién inaugurada estatua que conmemora a los Montejo, padre –el Adelantado- e hijo -el Mozo-, quienes junto con un tercer Montejo que no aparece en el grupo escultórico, el sobrino del Adelantado, fueron los conquistadores en nombre del imperio español de la Península de Yucatán, la tierra del Mayab, en los albores del siglo XVI y fundadores de la Ciudad de Mérida en 1542.

Los detractores del monumento usan como argumento principal para su exigencia de eliminar la obra que desde hace unos pocos meses adorna el Paseo de Montejo en la capital yucateca, la maldad y la injusticia aplicada por los conquistadores a quienes ahora se recuerda, y desde luego, lo inicuo de una guerra de conquista que hace cinco siglos sometió a los mayas, habitantes y dueños de la región hasta la llegada de los europeos, que impusieron por la fuerza su tecnología, su religión y su control social, político y económico a lo largo de los tres siguientes siglos, hasta que vino el momento emancipador, a principios del siglo XIX, que constituyó al Yucatán que hoy conocemos como parte, no sin ajetreos, de la república mexicana.

Diríase que esta petición de algunos de derribar lo que no les gusta es por lo menos insólita y está plagada de curiosidades que motivan este editorial:

Curioso momento de juzgar a los conquistadores. Se dice, para justificar, que es propicio el bicentenario de la guerra de independencia que nos embarga en estos días y que ciertamente nos obligaría a no rendir homenaje a quienes dominaron por la vía de la violencia a los habitantes primigenios de la península.

Más curioso el hecho que quienes quieren derruir la estatua, plantean hacerlo en el idioma de quienes fueron los conquistadores. Ninguno de los manifestantes que exigen la demolición, que se haya sabido, habla la lengua maya.

Aún más curioso todavía es que el monumento está emplazado en la principal avenida de Mérida que recibe precisamente el nombre del conquistador, en el Paseo de Montejo. Por cierto, y es curioso también, que en el otro extremo de la propia avenida meridana se encuentra el monumento dedicado a Gonzalo Guerrero, personaje denominado en la península el padre del mestizaje, español, andaluz por más señas, que llegó a estos lares como náufrago, poco antes que los Montejo, y quien después de escapar de la muerte que estuvieron a punto de causarle los mayas (como lo hicieron con sus compañeros de naufragio, con excepción de él mismo y de Jerónimo de Aguilar, que más tarde se reuniría con Cortés para emprender la conquista del altiplano), se refugió entre ellos y fundó familia engendrando prole, para después renunciar a su patria de origen, a su rey, a su religión y combatir a sus paisanos, comandando inclusive tropas mayas en la defensa del territorio que buscaban avasallar los conquistadores.

Curioso es también que en Yucatán hay monumentos conspicuos conmemorando a personajes como Fray Diego de Landa, religioso responsable de la destrucción dramática de códices y piezas invaluables para la comprensión de la historia de los mayas, en aquel famoso “auto de fe”, en la población de Maní, el 12 de julio de 1562. Nadie, nunca, se ha quejado ni pedido la destrucción de su estatua(s) ¿Será porque éste era sólo un conquistador de almas y no guerrero como los otros? ¿Porque éste era un religioso franciscano protegido por la inquisición, que quería muy seguramente el bien de los indígenas mayas?

Curioso es que en Mérida, que así se llama nuestra ciudad porque los conquistadores le pusieron el nombre por petición de los extremeños que venían en la expedición de conquista, vivan bien y bonito los detractores monumentales, y ninguno, nunca, que yo sepa, ha pedido que vuelva a llamarse T’Hó, nombre de la ciudad prehispánica que había sido abandonada y en cuyas ruinas Francisco de Montejo y León, el Mozo, que aparece con armadura en el conjunto escultórico, se asentó por instrucciones de su padre.

Y curioso que en esa Mérida y en todo Yucatán, se sigan construyendo fraccionamientos, bautizándolos con el nombre de quien conquistó y nadie vaya a quemar las casas de los mayas, mestizos y criollos que en esos barrios viven.

Curioso es, en fin, que a estas alturas de la historia vengan unos trasnochados a reivindicar las derrotas de un pueblo, al que esos mismos trasnochados humillan y explotan sin misericordia (o al menos observan pasivamente que eso suceda sin hacer nada efectivo por evitarlo) para pedir que se destruya un monumento que lo único que hace es recordar a una mitad de nuestros orígenes.

Cuántas curiosidades, ¿verdad?

El mismo derecho tendrían y tienen, en el Yucatán actual, de figurar con monumentos erigidos a su memoria los Montejo, Gonzalo Guerrero, Nachi Cocom, Tutul Xiu, el mismísimo Zamná, sacerdote y dios del panteón maya, y hasta el cura franciscano Diego de Landa, quien después quiso redimirse, quizá para compensar, escribiendo su famosa “Relación de las cosas de Yucatán”. Todos ellos finalmente, vale la pena recordarlo, son padres fundadores de lo que somos.

Recordemos también que la cultura del monumento pretende por sí misma de hablar a todas las épocas. El monumento no es necesariamente un símbolo de pleitesía o de sometimiento, como algún exagerado ha dicho en medio de estos debates tristes, sino que es, como su propia definición plantea, una obra pública puesta en memoria de una acción singular. Y los Montejo, vaya que protagonizaron una acción singularísima, gracias a la cual todos los parlanchines, incluyéndome a mí mismo, estamos hoy y aquí, tomándonos sorbetes en el "Colón" (of all names) del Paseo de Montejo, por las viejas e irreconocibles calzadas de T'Hó.

Gonzalo Guerrero Gonzalo Guerrero, padre del mestizaje, en el otro extremo del Paseo de Montejo.

RMM.

Mérida, la de Yucatán, en octubre del 2010.