miércoles, 20 de mayo de 2009

La verdadera pandemia: el desempleo.


La prensa francesa da cuenta de un caso extremo: Un hombre que desesperado por no encontrar empleo anuncia su disposición para intercambiar uno de sus riñones por una oportunidad de trabajo. De 43 años, originario de Toulouse (Tolosa), Alain Danovaro, fue empleado del sistema hospitalario durante 15 años, para ver degradada su condición de trabajo al convertirse en chofer de autobús durante los últimos diez, hasta que finalmente perdió su fuente de ingresos por motivo de la crisis. Desesperado, desilusionado y deprimido, al no poder volver a contratarse en los últimos 18 meses, recurre a esta acción drástica (ilegal en Francia), de ofrecer a cambio de un empleo estable, el riñón por el que claman miles de enfermos franceses que esperan un trasplante.

Ya se había comentado en los periódicos, también franceses, de una dama que se había puesto ella misma a la venta por internet por carecer de empleo. Lo hizo por el método de la subasta pública que no se llevó a cabo, porque antes de la fecha señalada para su realización, el sitio en la red en el que había puesto su anuncio decidió bloquear el evento por no apegarse a sus políticas internas.

Más allá de estos ofrecimientos casi demenciales –los protagonistas viven en un país que tiene uno de los sistemas de seguridad social más favorables para el trabajador-, en los que ambos ponentes recibieron muchas críticas del público e inclusive advertencias de carácter judicial, está la realidad dramática de los millones de seres humanos que se encuentran el día de hoy ante la misma desesperación de no contar con una fuente de ingresos con que afrontar la vida.

Recientemente, en un taxi de la ciudad de México, me sorprendió la plática “culta” y bien informada del conductor que me llevó al aeropuerto. Adentrados en la conversación circunstancial, me enteré de que el hombre es ingeniero químico, egresado de la UNAM, que había perdido su trabajo en una fábrica de plásticos y al cabo de dos años de buscar inútilmente empleo, tuvo que invertir sus ahorros, obtenidos a lo largo de quince años de esfuerzo, para adquirir un automóvil y las placas de circulación (incluyendo $100,000 de mordida), para el taxi que ahora utiliza para llevar el sustento a su casa.

Hay millones de historias personales que se nos revelan cotidianamente detrás de esta realidad que nos ha tocado vivir. Estoy seguro de que todos conocemos al menos un caso más o menos cercano, de alguien víctima de ésta, la verdadera pandemia que nos afecta: el desempleo.

No tengo elementos para calificar mal el manejo de la crisis sanitaria que hemos tenido recientemente en México. Se escuchan opiniones favorables de agentes extranjeros que aplauden el manejo que dio el gobierno mexicano a la amenaza epidémica que se nos presentó. Sí se, sin embargo, porque tengo frente a mi los resultados dramáticos, de la cantidad de gente que se ha incorporado a las hordas del desempleo en la región sureste del país con motivo de la estrepitosa caída de la actividad turística en el Caribe mexicano. Decir que el sector hotelero opera al 25% de su capacidad instalada, no es sino mencionar una cifra que no da cuenta ni hace referencia al drama humano que están viviendo miles y miles de trabajadores que hoy no tienen con que comprar el pan de cada día.

Yo me pregunto si habrá conciencia plena en el gobierno de esto que ha ocurrido y ha llegado a nosotros para quedarse por un largo tiempo. Viendo a la clase gobernante en la televisión como la vemos, leyendo el discurso torpe y farragoso de los partidos políticos y sus candidatos en alegre campaña, observando a los Salinas, los Gamboas, los Manlios, los Calderón, a todos sus secuaces, uno tiene la impresión de que ellos viven en otro México. Un México al que no tiene acceso el común de los mortales… Un México que ni sabe, ni piensa, ni discute lo que le sucede a sus millones de desempleados. ¿Quién está tratando de resolver los verdaderos problemas de la patria? ¿Quién gobierna a este país? ¿Quién manda aquí?

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