martes, 5 de marzo de 2024

Saga de la conquista de México, 6. Hernando Cortés (II)



Hernán Cortés de Monroy y Pizarro Altamirano

Esta obra pictórica es un retrato anónimo del conquistador español Hernán Cortés (1485-1547), basado en el cuadro enviado por el propio retratado a Paulo Giovio, en el que aparecía de perfil y con sombrero, sirviendo dicha obra de modelo para muchas representaciones de su busto desde el siglo XVI en adelante. Imagen y pie de foto tomados de Wikimedia.

Cozumel: Contábamos en el episodio antepasado, en el número 4 de esta saga, que llegó Cortés en sus once naves a esta isla que se encuentra al noreste de la península de Yucatán, en el mar Caribe que hoy baña el litoral de México, con la idea de rescatar a dos náufragos de los que había oído hablar previamente. A la llegada, desembarcando, los habitantes de la isla que no eran muchos, se refugiaron al interior de la isla que es relativamente pequeña. Esto fue aprovechado por los españoles para despojar a la población de aves de corral que mantenían para su alimentación y para robarse piezas de oro que había en algunos adoratorios. Al enterarse de ello, Cortés ordenó devolver el hurto a los habitantes y convocar a estos, usando para ello a su primer traductor que era el llamado Melchor (Melchorejo para otros), un joven maya que venía con los españoles y que había sido capturado durante la expedición de Hernández de Córdoba, quien después de haber sido bautizado aprendió en Cuba la lengua de sus captores. Como algunas de las aves de corral robadas fueron muertas y preparadas para comérselas, Cortés ordenó a su gente pagar con cuentas que habían traído, a fin precisamente de disponer de una moneda de cambio con la que pudieran comprar voluntades. Estos dos gestos le permitieron a Cortés recuperar hasta cierto punto la confianza de los lugareños y entablar con ellos un diálogo.

 

Prudencio de Sandoval un clérigo benedictino e historiador de principios del siglo XVII que escribió la "Historia de la vida y hechos del emperador Carlos I", hace el siguiente relato de la llegada de Cortés a Cozumel:


 <Espantáronse los isleños de ver aquella flota y metiéronse al monte, dejando desamparadas sus casas y haciendas. Entraron algunos españoles tierra adentro y hallaron cuatro mujeres con tres criaturas y trajéronlas a Cortés, y por señas entendió que la una dellas era la señora de aquella tierra y madre de los niños. Hízole Cortés buen tratamiento, y ella hizo venir allí a su marido, el cual mandó dar a los españoles buenas posadas y regalarlos mucho. Y cuando vio Cortés que ya estaban asegurados y contentos, comenzó a predicarles la fe de Cristo. Mandó a la lengua que llevaba, que les dijese que les quería dar otro mejor Dios que el que ellos tenían. Rogóles que adorasen la Cruz y una imagen de Nuestra Señora, y dijeron que les placía. Llevólos a su templo y quebrantóles los ídolos y puso en lugar dellos cruces y imágines de Nuestra Señora, lo cual todo tuvieron los indios por bueno. Estando allí Cortés nunca sacrificaron hombres, que lo solían hacer cada día.>

Evitando más actos de pillaje, creando un ambiente de intercambio y conversando con la gente, ayudados por supuesto por la sorpresa y el miedo que causó entre la población el tamaño de la flota y lo numeroso de los intrusos, fueron estos capaces, de poco en poco, de establecer un clima propicio a sus propósitos en esta primera etapa de su viaje. Ya en franca conversación con el halach uinic de la isla, Cortés pudo preguntar por los españoles náufragos que todos conocían en la región. Pudo también negociar que le facilitaran correos humanos para enviar cartas a sus paisanos y pudo lograr que se autorizara, aunque custodiado, el viaje de Gerónimo de Aguilar hasta la isla para entrevistarse con él. Así pudo también Géronimo regresar al continente para intentar convencer a Gonzalo Guerrero y retornar cuando éste le dio una negativa rotunda e inamovible. Y así se reincorporó el diácono Aguilar con sus paisanos y pudo acompañarlos hacia el destino que la historia le tenía asignado. Se inició también en Cozumel, esta primerísima etapa, la acumulación de experiencia que iba a nutrir sus tácticas de conquista. Estaban los españoles conociendo a los pueblos que serían dominados en buena medida, por la habilidad del capitán de los recién llegados para negociar la ruta blanda de la intrusión. 

Hubo en la guerra de conquista de México, algunos hechos blandos, sí. Pero la mayoría no lo fueron. No solo hubo atropello brutal, físico y sicológico, sino también negociación y maña para aprovechar las debilidades del adversario, muy principalmente para usar la fuerza de los enemigos del enemigo, a quienes los españoles encontraron e identificaron en muy grande número; así también, se dio el triunfo de una tecnología bélica metalizada sobre otra ya obsoleta y por si todo eso no fuera suficiente, no hay que olvidarlo, hoy se reconoce plenamente: la invisible agresión microbiológica que inadvertida pero certeramente fue infligida por los invasores a los aborígenes y que diezmó a la población original por su insuficiencia inmunológica que actuó en detrimento de su capacidad de defensa y de su resistencia vital. 

En Cozumel, cuando los factores anteriores aún no contaban, los españoles logaron evitar la conflagración y ganaron esa pequeña batalla del rescate de uno de los suyos, cobrando además un valioso conocimiento de esos pueblos que tan extraños y remotos les resultaban a los españoles. En esa pequeña isla escenario del primer combate, aunque fuera éste simbólico, los caballos que traían en la flota se quedaron estabulados sin que precisara su utilización en la guerra que empezaba inexorablemente. Ya serían los equinos arma importante en escalas posteriores: ¡"aquellos monstruos que se desmontaban en dos partes, capaces cada una de seguir andando y combatiendo"!

Volvamos a observar el itinerario seguido por los aventureros que todavía no se convertían en conquistadores pero que estaban a punto de hacerlo: 

Ruta que siguió la expedición de Hernán Cortés desde que partió de Cuba en 1518 hasta su llegada a Tenochtitlan, capital del imperio mexica.

Imagen tomada de Wikimedia

Saliendo de Cozumel navegaron costeando la península de Yucatán y ya en el litoral occidental hicieron una pequeña escala en Chakán Putum, hoy Champotón en el estado de Campeche, ahí donde Hernández de Córdoba había sido herido de muerte y donde Juan de Grijalva había perdido dos dientes. Tuvieron cuidado de solo proceder a recargar los toneles de agua dulce y de no volver a despertar la ira de los habitantes mayas. No era el caso de distraerse en infiernillos. Tenían la mirada puesta fijamente en sus objetivos de occidente, Y con la misma recuperaron el ritmo de navegación dirigiéndose hacia la desembocadura del río que según ellos se llamaba "Grijalva". Antón de Alaminos, piloto en jefe de la expedición por tercera ocasión consecutiva, tenía claro los riesgos y los objetivos del trayecto. Se dirigían a Potonchán a saludar al batab Tabscoob, viejo conocido con quien habían tenido una amistosa entrevista el año anterior.

Potonchán y la batalla de Centla: Llegaron los españoles a la región en esta segunda vez y claramente advirtieron que el ambiente era hostil hacia ellos. En el primer contacto con un pequeño grupo maya, Melchorejo tradujo las amenazas: debían irse del lugar. Cortés, dice Bernal, intentó persuadirlos por conducto de Gerónimo de Aguilar, que traían un importante mensaje del rey de España. Nada, ¡debían irse ya! y a continuación una lluvia de flechas hizo que los españoles buscaran refugio y cambiaran su estrategia diseñándola durante la noche del mismo día en que llegaron. Se separaron en tres grupos diferentes, dos de los cuales atacaron con ballestas el flanco derecho y el izquierdo del campo de lucha que se dio en Centla, una llanura a la orilla del río de la región maya chontal, cerca de donde hoy se ubica la ciudad de Frontera, en el estado de Tabasco. Cortés mientras tanto, por el centro atacaba encabezando un grupo numeroso de españoles, él montado a caballo junto con otros diez jinetes, apoyados como estaban por el fuego nutrido de los falconetes que disparaban cerca de la margen del río.  Ahí ocurrió, entre el 12 y el 13 de marzo de 1519, la fragorosa batalla que marcó un hito en el proceso de la conquista de México. Entre aquellos monstruos que podían desmontarse en dos partes y el estruendo de la pólvora encendida, ambos novedosos y sorprendentes para los lugareños, se hizo la diferencia.

El 14 de marzo, al día siguiente, estaba sellada la suerte de los dos grupos beligerantes. Los chontales, con Tabscoob su guía a la cabeza, debieron capitular ante sus vencedores en el mismo campo de batalla. Junto a la gran ceiba, el árbol sagrado de los mayas en cuyo tronco se había grabado a golpe de cuchillo una cruz, la de Cristo, ahí ocurrió la rendición de los vencidos. Nos cuenta la historia, esta vez en la pluma de Miguel Ángel Menéndez, en su Malintzin que ahora releo en la edición (1993) del Instituto de Cultura de Yucatán: 

<Llegó Cortés, se detuvo a la sombra de la ceiba, embrazó su rodela y lentamente, en logro de solemnidad, desenvainó su espada que destelló al sol, levantándola en todo lo alto que pudo. En esa actitud dijo con engolada voz: ¡Os declaro vasallos de su majestad el rey Carlos I de España! Lo dijo y lo repitió tres veces, cada una de ellas con lentitud, mirando hacia todas partes después de cada vez, como buscando con los ojos fieros y con la espada a quien quisiera oponerse. Para ser entendido el dicho, el faraute Aguilar lo repitió en lengua maya, también por tres veces, pausadamente, en forma tal que las palabras penetraron en la comprensión de la multitud atónita y suspensa, como el áspid de la flecha en el pecho de la gente.... Y sólo respondió el silencio.>



Hernán Cortés con sus soldados en la batalla de Centla, logra a favor suyo la victoria. Litografía de Carlos
Múgica en Historia de la Marina Real Española (1855).
Imagen tomada de Wikimedia


(Continuará...)

Rodolfo Menéndez y Menéndez



Mérida, Yucatán, México

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