domingo, 5 de octubre de 2008

Plácido Domingo en Chichén Itzá o La noche de los juglares.



Me resultó imposible estar en la península y no hablar del "evento del siglo" como han querido sus organizadores hacer aparecer la presencia del tenor español -bien querido por todos- en el espléndido sitio que escogieron los Itzaes para su centro ceremonial por excelencia hace poco más o menos mil doscientos años. Ambos, el tenor de indudable talento y bien ganada fama, y el sitio arqueológico de Yucatán, están bien considerados como patrimonio cultural del mundo porque lo son y aunque en muy distintas categorías -uno como la voz del presente con todo lo que de efímera por naturaleza tiene y el otro como la voz sempiterna del pasado con el soporte de su trayecto milenario-, los dos merecen el aprecio, el reconocimiento y el aplauso de nosotros mortales comunes amantes de lo bello. Hasta aquí, ¡bravo!

Pero de ahí a que un grupo de vivales quiera cogerse de la fama del uno y del otro para, en mezclándolos y superponiéndolos, vendérnoslos en conjunto como la octava maravilla del universo y hacernos creer que estamos frente a algo sobrenatural, "memorable e irrepetible", digno de la aceptación unánime y generalizada, de la admiración acrítica y de nuestra genuflexión reverente, hay una gran distancia y yo, modestamente, no estoy dispuesto a recorrerla. He aquí mi opinión políticamente incorrecta.

El concierto pasado por agua que presenciamos, musicalmente hablando, fue un fiasco. El desempeño por parte de TODOS los participantes (quizá con la respetable excepción de la joven soprano portorriqueña Ana María Martínez quien lució con su juventud, su magnífico timbre y volumen de voz) fue menos que mediocre. Y no es para más, habida cuenta del castigo feroz que impuso a protagonistas y público en general, en señal de protesta por la irrupción, Cháak, el dios maya de la lluvia. ¿En qué cabeza cabe que una orquesta sinfónica, con todas sus cuerdas, maderas y alientos, pueda tocar razonablemente afinada con una humedad relativa del 100% y con el chipi-chipi de una lluvia que no cedió del todo en buena parte del concierto? Pero bueno, podría decirse que ante una contingencia de esas -previsible por cierto en la región en esta época del año- el buen ánimo y la emoción protagónica podrían suplir lo que natura por obra del supremo retira de la escena.

Pero no, mi opinión es que no se llegó a eso. Plácido Domingo y Manzanero actuaron eso sí como lo que son, experimentados juglares atentos a la manipulación del público ricachón, sensiblero -ramplón por decir lo menos- e ignorante que tuvieron en frente (desde luego que hay, hubo y habrá siempre excepciones). Ninguno de los dos, principalísimos actores del concierto, dieron lo que podían. No sé si hayan querido, pero no lo hicieron. La orquesta, pobrecita, ahogada en el torbellino que les llegó del mar Caribe. El director concertador deplorable y sin ensayo. Los chiquillos del coro, de paseo aleccionador. La acústica -como era de esperarse, aunque pudo subsanarse con otra configuración escénica- infame. El mariachi, ni pa' la Plaza de Garibaldi. Y finalmente el programa musical, de la peor ralea: ¿quién le dijo a Plácido que podía imitar impunemente a Vicente Fernández? Y, ¿para qué competir con él? Si haciendo lo que es suyo le hubiera podido ir mucho mejor.

Sólo Chichén, impasible en este triste recodo de su historia, sin pedirle nada a nadie, salió airoso de la prueba. Ahí, en el fondo, majestuoso y digno, lloró su pena de ver tanto desmán y tanta farsa. "Así fue -entre sí se dijo- como empezó la declinación y caída de quienes me construyeron... Así, de esta misma forma..." Lloró Chichén y con él lloramos otros -algunos- también.

Había en el coso tal vez unas seis mil personas (cuando mucho porque innumerables localidades estaban desocupadas, quizá por la lluvia). De ellas, con boleto pagado, a lo más la mitad. Conozco periodistas a los que les ROGARON su asistencia con boletos de regalo hasta para las abuelas (materna y paterna) y en primerísimas filas, no faltaba más. Algunos presuntuosos que ocuparon las filas delanteras, no muchos, pagaron su boleto. Otros muchos, facinerosos conocidos vestidos con sus mejores galas, entraron de gorra, como suelen hacerlo. Fueron muchos de los llamados invitados especiales. En suma, el costo del evento que Plácido se negó a cuantificar argumentando que el "arte no tiene precio", no se cubre ni de relajo. ¿Quién paga la fiesta? Los de siempre. Los contribuyentes, por supuesto. Y el gran público sufrido de Yucatán y de México que no tiene ni educación, ni salud, ni empleo, ni comida para los suyos.

Y todo eso ¿a cambio de qué? De la promoción internacional de Chichén, se dijo. Jo-jo. Véase la triste cobertura que tuvo el evento en los periódicos, no se diga del mundo, sino siquiera del país. Si tal vez hubieran tenido la gracia de transmitir en directo por TV nacional. ¿Se enteraron los americanos, principal visitante de la región, del fastuoso acontecimiento? ¿Los franceses lo supieron? ¿Los británicos? ¿Los alemanes? ¿Los visitantes potenciales pues, lo registraron? Además, promoción ¿de qué? o ¿para quién? ¿Para Plácido o para Chichén? ¿Realmente requiere Chichén de semejante promoción, o se vuelve la promoción fingida negocio para los promotores, incluyendo a Televisa, siempre con cargo al erario público? Por poner un chico ejemplo, el DVD del evento que vendan los organizadores en $250 va a tener un costo de $2500 pesos por pieza. Vaya promoción. Vaya negocio. Resultado final, Plácido se fue complacido y a los de Chichén, ¡que les vaya bien!

Eso sí, un grupo de oportunistas, de farsantes y de malos gobernantes, podrán adornarse y saludar con sombrero ajeno. Con el sombrero del que paga, del único que nada reclama porque nada tiene y nada espera: el pueblo. Se llamarán a sí mismos los promotores de la cultura y del patrimonio nacional. Y pasarán por héroes de la patria. ¡Miserables!

Y servirá también para aquello que en el fondo buscaban quienes esto patrocinan: como distractor social. Así, por lo menos en el Yucatán de mis amores, no tenemos que seguir hablando del narcotráfico, del mal gobierno, de los secuestros cotidianos y de tanto desgraciado decapitado....

Hermosa foto de Carraol, para documentar nuestro optimismo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo estoy de acuerdo con usted Sr Menéndez. ¿Por qué no lo publican en su periódico?

Diana López Cámara

R Menendez dijo...

El único periódico que tengo es este... y a veces no tan periódico.
Si se refiere usted a los diarios de mis parientes, pues muy sencillamente porque no me lo publican... Gracias por su visita.

Anónimo dijo...

Soy izamaleña y trabajo en Pisté en un Hotel. Me sentí violada por estos arribistas que nos invadieron y nos mancillaron... Para eso quieren nuestro Chichen?

Bertha May Canché