domingo, 4 de febrero de 2024

Saga de la conquista de México, 3. La expedición de Juan de Grijalva en 1518

 

Encuentro entre el jefe maya Tabscoob y Juan de Grijalva en Potonchán, 1518.

(Detalle del mural público realizado por el maestro Héctor Quintana en Tabasco, México)


Hace 506 años, en 1518, un forastero de 28 años le puso Grijalva, su apellido, a uno de los grandes ríos de Mesoamérica. El río que los mayas chontales de la región habían llamado Tabasco sigue llamándose así: Grijalva. Esta es la historia que hago formar parte, con el número 3, de la saga de la conquista de México.

Se cumplió poco más de medio milenio de que Juan de Grijalva, aventurero español, castellano de la provincia de Segovia, nacido en Cuéllar en 1490, pusiera su apellido para nombrar al caudaloso río en el que se internó a bordo de su bergantín aquel fin de la primavera de ese año de 1518. Poco antes, este joven había sido comisionado por su tío Diego Velázquez, entonces gobernador de la isla de Cuba, para encabezar la segunda expedición hacia Yucatán que los españoles recién llegados a América creían región insular,

La expedición que contó con 4 embarcaciones y 240 hombres había salido a finales de enero de ese mismo año, de la población de Santiago en el extremo oriental de Cuba, para una nueva exploración de la entonces ignota (para ellos) península de Yucatán, cuya guerra de conquista estaba lejos de iniciarse.

Después de zarpar rodeó primero la isla de Cuba deteniéndose en Matanzas unas semanas, seguramente para avituallarse y cruzar después el canal que conecta el mar Caribe al Golfo de México haciendo escala en la isla de Cozumel, en donde permaneció tiempo suficiente para que se bautizara al lugar el 3 de mayo: Santa Cruz de Puerta Latina y para que Juan Díaz, el capellán y relator que había sido designado por el tío Diego para la expedición, dijera la primera misa católica registrada en la historia de lo que ahora es México. 

Retomaron su rumbo los expedicionarios hacia el norte, creyendo navegar entre dos islas, para seguir el litoral yucateco y repetir el recorrido que un año antes, durante los primeros meses de 1517, había realizado Francisco Hernández de Córdoba, al que el mundo contemporáneo quiso atribuir el mal llamado "descubrimiento" de Yucatán. Recordemos que Hernández de Córdoba tuvo que regresar a Cuba después de una fiera escaramuza con los cohuoes (etnia chontal maya) de la que salió malherido en la población de Chakán Putum (hoy Champotón, Campeche, México) y que moriría poco después a consecuencia de las heridas recibidas en aquella escala de la expedición de 1517.

En esta segunda intentona ordenada por Velázquez (habría una tercera, la de Hernán Cortés), Juan de Grijalva, nuestro explorador cuellarano, correría suerte distinta a la de su antecesor. Había prometido al tío que le confió el mando de la expedición, colonizar tierras y establecer base en el territorio. Debía arriesgarse. A sabiendas, tuvo la osadía de volver a hacer un alto en su camino en la población llamada por ellos mismos ''de la mala pelea'', en la región de los aguerridos mayas, precisamente donde hirieron de muerte al capitán de la primera expedición.

Volvieron a enfrentarse mayas contra foráneos como el año precedente lo habían hecho, llevando en esta ocasión la peor parte los de casa. Mataron al batab (jefe) maya y aunque Grijalva también resultó herido por flecha, perdiendo en la pelea dos de sus dientes, pudo recuperarse y continuar su correría rumbo al destino que la historia le tenía reservado. Navegaron rumbo al sur-poniente hasta alcanzar la laguna de Términos deteniéndose en lo que es hoy isla del Carmen. "Términos" fue el nombre que acuñó para esa gran aguada Antón de Alaminos, piloto de la expedición -lo había sido también en la expedición de Hernández de Córdoba y lo sería después en 1519 en la tercera expedición-, quien sostenía la idea de la insularidad del Yucatán y que supuso en aquel entonces, al internarse en la laguna, que ahí terminaba la isla.

Y aquí, vale una anécdota de aquel viaje: cuenta Juan Díaz, el capellán relator, en su "Itinerario de la Armada" cuando narra los acontecimientos que vivieron, que en esa escala de la expedición se extravió en la isla a la que descendieron en busca de agua dulce y víveres, una lebrela (perro hembra de raza galgo) que los acompañaba precisamente para cobrar piezas de cacería como venados y conejos y comerlas a bordo. El animal había desembarcado con algunos de los expedicionarios perdiéndose en su incursión. Debiendo partir sus amos por las premuras del viaje se fueron sin ella, abandonándola. Lo curioso del caso es que un año después, uno de los barcos de la expedición de 1519 ya encabezada por Cortés, encontró a la lebrela cuando, obligados por un mal tiempo, tuvieron los tripulantes que recalar en la isla. Parece que el animal dio muestras de gran júbilo, ladrando y correteando sin cesar, al ver la embarcación parecida a la que la había abandonado, facilitando así su inusitado e improbable rescate.

Regresando a nuestra segunda expedición, después del deplorable abandono de la lebrela, llegaron los expedicionarios a la región de Centla. Desde el mar pudieron divisar la desembocadura impresionante del gran río. Así lo cuenta Díaz, el relator:

"Comenzamos a 8 días del mes de junio de 1518 y yendo la armada por la costa, unas seis millas apartadas de tierra, vimos una corriente de agua muy grande que salía de un río principal, el que arrojaba agua dulce cosa de seis millas mar adentro. Y con esa corriente no pudimos entrar por el dicho río, al que pusimos por nombre el río de Grijalva. Nos iban siguiendo más de dos mil indios y nos hacían señales de guerra, este río viene de unas sierras muy altas y esta tierra parece ser la mejor que el sol alumbra; si se ha de poblar más, es preciso que se haga un pueblo muy principal: llámase esta provincia Potonchán."

Juan de Grijalva decidió internarse por el caudaloso río luchando contra corriente hasta la población de Potonchán, lográndolo. Se entrevistó ahí con el gobernante maya Tabscoob (el Jalach Uinik) con el que intercambió regalos sin entrar en mayores conflictos con la población que miraba expectante a los visitantes (ver la imagen de aquella escena en la parte superior de este escrito, realizada por un artista contemporáneo nuestro). Fue en este encuentro cuando los españoles obtuvieron los primeros informes del imperio azteca situado según los informantes al occidente de aquellos parajes, más allá de las montañas, en el altiplano: "¡Colúa Mexica!" contestaban los lugareños cuando los expedicionarios preguntaban por el oro contenido en algunos de los presentes que se les ofrecieron.

Así pudieron los recién llegados constatar la importancia del río y el valor estratégico del sitio. Un año después, en 1519, llegó al mismo lugar Hernán Cortés quien fue recibido con abierta hostilidad por los habitantes. Se enfrascaron entonces en una fragorosa batalla, la renombrada batalla de Centla, de la que salieron vencedores los españoles, hecho que permitió fundar la primera población de la Nueva España: Santa María de la Victoria. Pero esto es otro acontecer de la historia que relataremos en el número 4 de esta saga. 

Regresemos a la expedición de Grijalva para concluir esta parte de nuestra historia. Reconocido el gran río y habiéndolo bautizado entre ese pequeño grupo de exploradores con el nombre del jefe, siguieron su ruta por el litoral hacia lo que hoy es Veracruz. La imaginación de Grijalva era modesta: al lugar en que hicieron escala le dio su nombre de pila: Juan... bueno, el de su santo patrono: San Juan, San Juan de Ulúa, esto último fue una concesión graciosa a los lugareños que llamaban a esa pequeña isla: Kulúa.

Un poco más se extendió la expedición de aquel ya lejano año de 1518. Llegó hasta la desembocadura del río Pánuco más al norte. En ese punto se decidiría el retorno de la expedición a Cuba. Tenía Grijalva suficientes cosas para contarle al tío... Cuando finalmente arribó a la isla se percató para su desventura que el tío lo que menos quería eran cuentos. Por los que él pudo hacer, solo recibió frialdad del pariente poderoso y desde luego su enorme desprecio. ¡Ninguna nueva posesión para la corona, ningún asentamiento prometedor, ningún indio para la esclavitud, nada contante y sonante! Puro cuento. Grijalva fue destituido como comandante y reemplazado por don Hernán Cortés, quien tendría a su cargo una nueva expedición: la tercera, la vencida.

Juan de Grijalva desilusionado, golpeado su fuero interno por su suerte y por la codicia de sus compatriotas, emprendería años más tarde dos nuevas exploraciones: una en el litoral del Golfo de México y la Florida acompañando a Francisco de Garay y la otra, en 1527, en la que se unió a Pedrarías Dávila para conquistar Honduras y Nicaragua, empresa esta última que se convirtió en su tumba ya que en esos parajes fue muerto a manos de los nativos y sus restos se perdieron en la naturaleza que vino a conocer.

No sabemos si para hacer más llevadera su desilusión el joven Grijalva pensó algún día en que el desagrado del tío, su destitución y la amargura que le produjo la falta de reconocimiento de lo que él había logrado, serían compensados por la historia más generosa para con su persona, su nombre y su estirpe. Prueba de esa generosidad histórica es el hecho de que más de quinientos años después de los acontecimientos aquí relatados seguimos hablando de esa odisea en tierras mexicanas y de que su marca personal, el nombre de su familia, a pesar de todo, a pesar del mismo proceso arbitrario y feroz usado por él y por los suyos para despojar a los lugareños de cuanto patrimonio tenían, hasta del inmaterial, su nombre, decía, el de Grijalva, sigue siendo usado para mentar al majestuoso caudal que surge de las cimas Cuchumatanes de Guatemala, las mismas que albergaron a los primeros grupos mayenses y donde se consolidaron lingüísticamente antes de dispersarse y florecer como lo hicieron por los confines mesoamericanos, al través de muchos, muchísimos siglos, antes de la llegada de los europeos. 

Hoy y aquí así es: el nombre es río Grijalva, por Juan, y no río Tabasco por los chontales, como pudo haber sido.

(Nota bene: Este escrito fue publicado originalmente el año de 2018 para conmemorar el 500 aniversario de los acontecimientos que aquí se relatan. En esta nueva edición, habiendo revisado, corregido y aumentado el contenido, lo incorporo a la saga de la conquista de México que hoy me ocupa, porque el viaje de Juan de Grijalva fue un antecedente crucial en la determinación de los personajes promotores de la conquista de estos territorios a fin de subordinarlos más tarde al Imperio Español. Diego Velázquez, Hernán Cortés, los mismos reyes católicos allende el Atlántico y otros actores primordiales de la intención conquistadora, aprendieron muchísimo de este viaje en lo particular. En todo caso, lo suficiente para comprender que ya no se trataba solo de reclutar "indios", sino que más allá de las costas hasta entonces visitadas, al occidente remoto de esas playas, en el altiplano de Mesoamérica, había algo y algunos que ameritaban no solo su curiosidad y su riesgo, sino su ambición, su tiempo y hasta su vida. Y, pues.... siguieron adelante. A la postre, la culminación de tales acontecimientos cambió al mundo europeo renacentista, las relaciones de poder entre los poderosos, la geopolítica entonces vigente y desde luego, en estos lares, la vida íntegra de los pueblos que aquí vivían…)


Rodolfo Menéndez y Menéndez
Mérida, Yucatán, México.
(Continuará...)

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